Cuando un amigo se va |
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va
se detienen los caminos
y empieza a revelar
el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va
galopando su destino
empieza el alma a vibrar
por que se llena de frío.
Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
por que el viento ha vencido.
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Tal vez será en Chichicastenango, donde conocí la verdadera cara de América, o en California, donde me sentí tan libre, tan dueño de mi mismo como en el silencio, o en Eilat, en el Mar Rojo, sobre el golfo de Akaba, donde aprendí a renunciar, o en el desierto de Sonora, preferido de los extraterrestres, en el mágico México donde aprendí a entregarme.
Tal vez será en Buenos Aires, donde nunca bebí café con Macedonio Fernández, donde Jacobo Fijman dejó maravillas para nadie, donde Teresa me hizo un hombre, o en Jerusalem, que me hizo agradecido, o en el Caribe, donde mi animal se liberó de mi mente.
Si pudiera elegir, me gustaría que fuera cuando cae el sol sobre Kenia, sobre Cadaqués, sobre Antigua, sobre Venecia, sobre Bariloche o Alejandría, escuchando a Chico Hamilton en Manhattan o a Brams en Ginebra o a Krishnamurti en el valle de Ojai o a Viglietti en el barrio gótico de Barcelona o con Guadalupe en la campiña francesa o con Birgitt en Taxco, o solo y borracho en el Campo di Fiore del Trastevere romano donde hace pocas semanas me preguntaba esto mismo rodeado de palomas y alemanas, entre la esperanza y la duda que me despiertan las causas y los efectos de una existencia misteriosa, no solo para mí sino también para los dioses que intrigan al Dios que me intriga.
El hijo de mi hermano lo sabrá pero no le importará demasiado, distraído en las búsquedas que a mí tampoco me importarían.”
Desafortunadamente no fue como él lo esperaba, Facundo no debió morir nunca, pero como siempre llevaba la contraria, debía en todo caso morir cantándole a su gente, escuchando la mejor música compuesta para él… los aplausos y la admiración.
…O al menos en alguno de esos mágicos escenarios que nos comenta en su libro.
Para escuchar la música de Facundo ir:
http://perrerac.org
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