martes, 5 de octubre de 2010

Vieja Trova Latinoamericana

Vieja trova latinoamericana


Vieja Trova Latinoamericana



El fenómeno de los trovadores es tan viejo, como es viejo el sufrimiento y la esperanza de los pueblos.


Aquellos hombres con su guitarra acuestas, recorrían los caminos “cansados de tanto llegar” y cantaban a los hechos del día a día.


Eran los periodistas musicales, relatando en las temblorosas cuerdas de una guitarra, el cotidiano sentir del obrero, del niño, la mujer y el campesino.


Entre ellos podemos mencionar a: Tito Fernández (el Temucano), Facundo Cabral, Horacio Guaraní, Jorge Cafrune y los cubanos Carlos Puebla y Compay Segundo, entre otros.




Mi Hijo
(Tito Fernández “el temucano)


Cada vez que me acuerdo de mi hijo
me da como una punzada,
aquí, muy dentro del pecho,
donde se halla colocada,
tan sensible, tan nombrada
y tan propensa a la emoción,
esa masa colorada
que se llama corazón.

Y como no he de sentirla
si se trata de “mi” hijo
el que con sus payasadas,
si chicle y su mermelada,
me dejaba pegajosos
el cubrecamas, la almohada,
y aunque a veces me propuse reñirle,
siempre fallaba
porque el pícaro salía
con su sonrisa inocente
y al verlo, así, tan sonriente,
y… bueno lo perdonaba.


Cómo olvidar las mañanas
en que mamá lo peinaba,
sentado, él, en una silla
la barbilla levantada,
en un gesto de protesta
por la lucha que libraban
la mama, y el “remolino”
que casi siempre ganaba.


Pero el tiempo va pasando
y hoy mi hijo no es el mismo,
ya no da los problemas,
entretenidos, de niño,
se afeita con “mi” navaja,
se fuma “mis” cigarrillos
y se pone “mis” corbatas.


Se acabó aquel inocente
del susto, el llanto y la tos,
ahora él es el que manda
y hasta sabe más que yo.


Incluso, sin ir más lejos,
ayer me trajo su novia,
yo, por dentro, los bendije,
por fuera me puse serio,
porque debo confesar
que me dio un poco de miedo
notar, en aquellos mozos,
cómo se ha pasado el tiempo.


Hoy todo se ve tan distinto,
las ropas, el sillón, la almohada,
si parece que les falta
“ese” poco de mermelada,
y todo tan en su sitio,
no hay nada en que tropezarse,
no hay nadie que quiebre un vidrio
ni haga a la mamá enojarse,


Y los platos no se rompen,
Y el canario no se sale,
¡cómo hace falta mi hijo!


En esta casa tan grande.




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